El teatro ha venido a ser,
en la época moderna, esencialmente un fenómeno urbano,
Cierto es que hubo manifestaciones, especialmente en los aciagos
años sesenta y setenta, de un teatro folklórico y
rural como parte de un esfuerzo pedagógico y político
para Ia concíentización del pueblo en aras de la revolución
social. Como se ve nítidamente en el caso del Teatro Campesino
de las comunidades chicanas/méxicoamericanas, aun cuando
su radio original de operaciones eran las zonas campestres, terminó
siendo un fenónemo fuerte aliado a la creciente urbanización
de la sociedad chicana, hasta eI punto en que, prácticamente
hablando, las únicas representaciones de esta tradición
teatral se encuentran hoy día en los espacios culturales
urbanos, cuando no en la televisión o en el cine.
No cabe ninguna duda de
que el teatro latinoamericano es principalmente un fenómeno
urbano, y es más, un fenómeno capitalino, pues el
grueso de las estructuras que sostiene y impulsa el teatro se encuentra
en el radio urbano y mayoritariamente en las capitales, y son pocas
las ciudades del continente de las que se puede decir que hay un
tuerte movimiento teatral no vinculado directamente a los centro
administrativos del país. En el caso de México se
hace teatro en ciudades como Guadalajara y Monterrey y hay festivales
en Guanajuato, pero globalmente, cuando se habla de teatro mexicano
se quiere decir teatro defeño. En el caso del Brasil, sin
lugar a dudas, San Pablo es Ia capital cultural del país
y es impresionante la medida en que Curitiba se ha convertido en
un centro de producción teatral, para terminar albergando
uno de los festivales más importantes del continente. Río
de Janeiro, por otra parte, no ha perdido nada del legendario esplendor
que siempre ha tenido para la cultura. Sin embargo, la existencia
de una sólida cultura teatral en la todavía muy nueva
capital de Brasilia me parece algo improbable. Pero estas son excepciones
que confirman la regla. En lo que a Argentina respecta, hay un detalle
relevante que es del conocimiento de todo ei mundo: la cultura,
prácticamente hablando, pasa solamente por Buenos Aires y
la historia teatral de las provincias argentinas no puede, por desafortunado
que sea, ser más que una nota a pie de página en la
hegemonía porteña.
Hago estas aclaraciones no tanto
para articular lo que será obvio para la mayoría de
los especialistas en el tema, sino para asentar las bases de una
consideración que se configura sobre la base de la historia
urbana del teatro sin ser necesariamente sólo un reflejo
de esta realidad extensamente confirmada. Lo que me interesa abordar
aquí no es la historia del teatro argentino en la ciudad,
la ciudad de Buenos Aires, sino cómo se construye la imagen
de la ciudad dentro del texto teatral. Más bien, me interesa
ocuparme de cómo se podría teorizar sobre la presencia
de la experiência urbana en el teatro sin caer en el mero
recuento de "imágenes", "representaciones"
y "alegorías" com el propósito de indagar
en una problemática de geografia cultural a partir del fenómeno
teatral.
Por "geografía cultural"
entendemos el estudio de cómo se inscrebe la cultura en el
estudio de la geografía, en primera instancia cómo
la cultura acontece (se crea, se consume, se interpreta y, en una
palabra, se vive) en espacios que son descriptos en términos
geográficos (literal o metafóricamente) y, en una
segunda instancia, en el sentido en que lo geográfico (otra
vez en un sentido literal o metafórico) se inscribe en la
cultura. El ejemplo maestro de la literatura argentina tendría
que ser la novela Rayuela de Julio Cortázar, en la
que no solamente versiones de las ciudades de Buenos Aires y París
(o París como un subtexto de Buenos Aires) son codificadas
en la novela, sino también el movimiento entre vivencias
geográficas (el tema del exilio en la cultura argentina,
por ejemplo) es trabajado interpretativamente en la novela. Uno
también podría aludir a las instalaciones de Buenos
Aires en los textos borgeanos y la profunda presencia de la ciudad
en textos como los de Roberto Arit, Paúl Scalabrini Ortiz,
Ezequiel Martínez Estrada, Leopoldo Marechal, Enrique Medina
entre muchos otros. Recalco: no se está hablando de representaciones
de la ciudad, sino de un trabajo analítico del sentido urbano
que ocupa un lugar de privilegio en el texto.
En el caso del teatro argentino
(y sin hacer nada más que ofrecer unos atisbos), uno puede
pensar en La nona de Roberto Cossa, donde Ia ciudad incursiona
de muchas maneras en la obra, pero principalmente en la gran passegiata
referida, en la que Chicho leva a ia Nona para perderia en tal Park
en un trayecto que marca la enorme distancia que separa a Ia familia
socioeconómicamente periférica de los centros del
poder. En el caso de Gris de ausencia de Cossa, el doble chiste
del Restaurant La Ary’entina en italia, en cuya trastienda se da
cita una amplia gama de cuíturemas dei Buenos Aires perdido
en ei exilio (lo mismo da que sea económico, que sea político)
y de Ia Babel de idiomas provocada por la pérdida del español
en las varias facetas de la diáspora, marca una imagen de
integridad cultural centrada en Ia ciudad y en sus socioíectos
que las circunstancias históricas del país han esfumado.
De hecho, la obra confirma una doble condición diaspórica
para Buenos Aires: si sus márgenes abarcan tradicionalmente
la diáspora de otros países del mundo, lo mismo que
la diáspora interna de la Argentina, gracias a las susodichas
circunstancias históricas, la gran mayoría de los
exilados argentinos de los últimos cincuenta años
vienen de Buenos Aires (como, por ejemplo, la enorme migración
de judíos argentinos a Israel), siendo en muchos casos los
integrantes de esta segunda diáspora hijos o nietos de la
primera.
Si ei teatro de la pequeña
burguesía se asocia con el teatro de raigambre burguesa cuyos
espacios de confrontación dramática san las aposentos
de la decencia arribista o del bienestar yo sólidamente conquistado,
indefectibiemente conjuga referencias a los espacios del mundo amenazante
en los que e individuo de dudosa clase social tiene que despiazarse.
Es por eso que las instancias de la vida callejera se entremeten
en los precarios espacios habitados por los personajes dei grotesco
criolío, del realismo social y del realismo sucio, en el
que, muchas veces, precarios espacios domésticos san reemplazados
por espacios de una opresiva instifucionalidad que el individuo
ha llegado a ocupar: la cárcei, Ia oficina, la fábrica
o el cuartel. En este sentido es instructivo recalcar la yuxtaposición
propuesta por una obra como Babilonia de Armando Discépoio,
en la que se conjugan dos mundos sociales, el cerrado y no visto
por la gente bien (criollos o acriollados) y ei representado en
el escenario que habita la gente de servicio (inmigrantes marginales):
aunque la vida de aquélios también tiene su existencia
fuera de casa (Ia riqueza de la que se vive proviene del comercio
extradoméstico), es solamente en el caso de éstos
que e mundo de extramuros impacta en la vida que llevan dentro de
la casa, ejerce una fuerza mucho más determinante en su existencia:
la vida de la ciudad irrumpe en el espacio doméstico y origina
mayormente los conflictos que la servidumbre tiene con los dueños.
Lo que propongo hacer aquí
no es pormenorizar ejemplos del teatro argentino en los que lo urbano
puede ser percibido como parte de la esfructura dramática
de alguna u otra manera. Más bien, quiero formular una serie
de propuestas de índole teórica que pueden servir
para orientar el tipo de estudio analítico que, a mi modo
de ver, queda por hacer.
1) Lo urbano ha pasado
a ser absolutamente determinante para la vida contemporánea
de América Latina, hasta el punto en que, como se sabe respecto
a los conflictos de larga data en la vida argentina es casi imposible
habiar de una existencia extraurbana que haya impactado sin estar
regida de alguna forma por la megalópolis. De ahí
que un primer postulado tiene que reconocer como las obras teatrales
naturalizan la vida urbana como un grado cero de referencialidad.
Se da por descontado que la acción se desenvuelve en un contexto
urbano, aun cuando éste no esté directamente presente
o no se explicite en primer plano. Como corolario, se reconoce que
el paradigma de los conflictos dramáticos será indefectiblemente
el de la vida urbana, como si naturalmente no hubiera nada más
de que hablar. De la misma manera, cuando se trata de Ia vida rural,
provinciana o campesina, se entiende que ésta se rige por
los parámetros de la ciudad, sea o no ésta directamente
manifiesta como en las revistas, los diarios, ia televisión
y los videos cintematrográficos que son los principales vehículos
de penetración en estos espacios geográficos de la
vida de la ciudad,
2) La vida de la ciudad
se instala en el escenario teatral mediante los detalles que transmiten
los códigos de actuación. Otra vez, se trata de una
circunstancia de naturalidad: salvo el caso de un actor conminado
a imitar un pajuerano, un inmigrante recién llegado o un
latinoamericano de otro país, los actores van a hablar y
portarse como porteños. Como se trata de una condición
natural, uno podría preguntar cuál es la importancia
de este detalle, ya que a lo mejor el público asimila tales
detalles sin siquiera fijarse en ellos. Sin embargo yo sostendría
que precisamente por eso es que estamos ante un fenómeno
interesante en el que no solamente las condiciones sociales del
lenguaje hablado se llevan al escenario como un dado incuestionado,
sino también la semántica de este lenguaje (los usos
y significados) que tiene en las vivencias urbanas se leva aí
escenario y tiene sentido fundamentalmente porque dice del mundo
urbano en el que la aeción representada en e escenario está
inserta. Cuando se trata de una obra realizada en ia calle, como
Calé. "Buenos Aires en camiseta" de Miguei Martín
Hernández, este hecho queda bien patente. No obstante, si
pensamos en obras como Una noche con el Sr. Magnus e
hijos, de Ricardo Monti (como muchas otras obras de este
autor) o de El gran deschave, de Sergio Amadeo De Cecco, queda menos
evidente cómo el ienguaje callejero que articulan los personajes
no es simplemente una incursión circunstancial de lo urbano,
sino que está patentizando instancias urbanas que son ei
meollo del conflicto dramático y se puede decir que los personajes
san portadores individualizados de la turbulenta vida social que
en reaiidad se desarrolla en toda su plenitud en una dimensión
en la que la ‘casa" de estas personajes es solamente un ejemplo
pasajero.
3) La ciudad presenta
una serie de lugares institucionales que figuran prominentemente
en la producción cultural, como, por ejemplo, la frecuente
aparición del bar o del café como lugar de acción
en el teatro. De hecho, aparte de los espacios domésticos,
el café-bar es probablemente el escenario más favorecido
por el teatro argentino, como se ve en el recienfe éxito
de la obra de Jorge Leyes, Bar Ada. (Habría que notar que,
a diferencia de innumerables obras como Los de Ia mesa 10 de Osvaido
Dragún, en el caso de la obra de Leyes, el bar se caracteriza
por no encontrarse en el ambiente urbano Cõde hecho, el bar
como escenario remoto sirve para jugar con Ia cuestión de
la marginación del fenómeno MaIvinas, al mismo tiempo
que se subraya cómo en los lugares más remotos del
país, se reinscribe una y otra vez el discurso oficial que
se dicta desde el centro). De todos modos, la importancia del bar
como parte de la geografía cultural del teatro va más
aIíá de encontrarse simplemente situado en el contorno
urbano y suburbano, sino que el bar es una institución que
participa en la vida de los personajes y en su espacio se dan cita
no solamente los conflictos humanos sino una versión de ellos
que éste interpreta. Por ejemplo, en la medida en que el
bar, como bien lo dice Cafetín de Buenos Aires, de
Enrique Santos Discépolo y Mariano Mores, es tradicionalmente
un mundo homosocial y rigurosamenfe heterosexista y contrasta en
este sentido con la esfera doméstica que, dominada por la
mujer o por la familia que se alía con la mujer, se opone
al mundo masculino del bar: la homosocialidad heterosexista es lo
que el bar gay viene a romper, o en su democracia genérica
o en su caracterización como un dominio homosocial y homoerótico
de una manera que rompe con el esquema patriarcal de riguroso heterosexismo.
El bar es, indudablemente, un ícono de la vida porterña
(y en ese sentido es casi abolutamente privativo, en la medida en
que el fenómeno del bar argentino no existe en ninguna otra
parte de América Latina), pero más que eso, funciona
para significar un sitio en el que se desarrollan las experiencias
urbanas: en el bar transcurre una versión de la vida, el
bar es una atalaya para contemplar a vida que acontece en la ciudad
(de ahí los ventanales como maxipantallas de televisión),
el bar es un museo arqueológico de ciertas vivendas de porteño
y el bar provee eiementos para impulsar cierto trato en las relaciones
humanas. En síntesis, el bar ejemplifica una institución
que sirve como escenario fundamental de la vida porteña y,
por ello, como un sitio privilegiado entre posibles escenarios teatrales.
4) La ciudad no es un vasto
espacio poblado infradiferencia-damente. "Ciudad’ es una abstracción
que se podría entender hasta como una movida ideológica
para auspiciar ia infradiferenciación, con el propósito
de ocultar, de minimizar o de postergar el maremagnum de problemas
sociales que circulan dentro de sus parámetros. Amén
de ser la suma de barrios, cada uno con su complicado cariz sociocuitural,
el semema ‘ciudad" concita diferentes significados para los
individuos conforme con sus vivendas socioculturales. Algunas de
estas vivencias han sido ampliamente estudiadas socioiógicamente
y extensamente representadas cuituralmente, como, por ejemplo, las
diferencias de clase social (signado icónicamente por Vidas
proletarias de Elías Castelnuovo, pero también
por el teatro grotesco de Armando Discépolo y sus sucesores),
ia disyuntiva paradigmática del binarismo hombre/mujer (cuando
no se trata de hombre/no hombre; por ejemplo, Convivencia de
Oscar Viale), o de Ia distribución del poder simbólico
y material del poder (como por ejemplo, obras de Osvaldo Dragún,
Griselda Gambaro, Eduardo Pavlovsky). En este último caso,
es en particular importante la obra de Eduardo Pavlovsky, El
señor Galíndez, porque el conflicto social que
se da públicamrente a nivel de las calles de Buenos Aires,
manifestaciones y protestas, pintadas y solicitadas, asambleas y
concentraciones, agresiones y lo que se puede entender como una
agresión contra el orden estabelecido (la ropa, el pelo,
el caminar y el hablar) se Ileva "puertas adentro" al
sinistro antro en el que se pretende resolverlo según los
nigrománticos que detentan el poder. Es significativo que,
en un momento muerto de actividades, el Sr. Gálindez les
remite a los torturadores de este antro una mujeres de la vida/vía
pública.
Bety phones Hugo, de Ignacio
Apolo presenta una dimensión de la ciudad definida en términos
de un programa de radio para mujeres, para el cual la voz de la
Locutora proporciona una estructura en términos de Ia experiencia
femenina en la gran urbe de noche. La libre presencia de la mujer
en el Buenos Aires nocturno, con el derecho de cumplir su propia
agenda social y sexual, es uno de los detalles más descollantes
de esta ciudad. Pero más allá de esta dimensión
de la obra de Apolo, hay también una disyunción de
clase social, tanto entre mujeres como también entre hombres
y mujeres que aporta perspectivas, no siempre exentas de racismo
lo mismo que de clasismo, que son fundamentales para el encuadre
ubano.
Las diferencias de costumbres
sociales, de herencia cultural, constituyen también un eje
de potente significado urbano, como se ve en obras tradicionales
como Réquiem para un sábado a la noche de Germán
Rozenmacher, o mucho antes en El hijo del rabino, de Bernardo
Gravier, por citar solamente dos ejemplos de la cultura judaica.
Indudablemente, hay muchas obras
que tienen que ver con la situación de la mujer. Aunque se
sabe muy bien de la relativa independencia de la mujer argentina
en los espacios públicos y de su relativo alto nivel de derechos
cívicos, queda evidente que la mujer no ocupa los mismos
espacios concretos ni simbólicos que el hombre. Efectivamente,
el apartamiento de la mujer de los contornos públicos en
El campo de Griseida Gambaro, donde "el campo’ simboliza,
entre muchas cosas, la marginación de la mujer y su sujeción
a los vejámenes humiliantes que son el pan de cada día
de hasta la mujer más holgada en su libertad vivencial recalca
cómo, a fin de cuentas, el mundo no e pertenece a la mujer,
quien está siempre supeditada al régimen de Martín
y de la sociedad masculinista que él representa.
En ei caso de esta obra de Gambaro,
se trata de la separación brutal de la mujer de los ambientes
de independencia urbana, lo cual no deja de ser profundamente irónico
en cuanto a un mito porteño de que la mujer puede ser tan
dueña de la ciudad como un hombre, jactancia que Ia separa,
o con la que ella intenta separarse, de la situación de las
mujeres en ofros países latinoamericanos o en otras sociedades
menos "progresistas". Me atrevo a afirmar que una radiografía
de un teatro feminista en la Argentina arrojaría, si no una
temática respecto a la falsedad de semejante jactancia, por
lo menos asomos de cómo ei radio urbano de la mujer es, de
hecho, mucho más reducido que el del hombre, mucho más
reducido de lo que se podría suponer al ver la presencia
pública de la mujer en Buenos Aires.
Pera hay otras dimensiones
de las diferencias urbanas que no han sido tan estudiadas, como,
por ejemplo, ias inscripciones del deseo sexual. No me refiero a
la amplia gama de representaciones del amor heterosexual de novios
que se patentiza en espacios públicos como el café
o la plaza, en el cine o en cualquiera de los muchos otros espadas
en los que los navios convencionales pueden desplazarse (excepción
hecha de las resfricciones impuestas durante épocas de "saneamiento
moral"). Me refiero más bien a las manifestaciones del
amor lésbico o del homoerotismo masculino, a pesar de que
hay ahora cierta visibilidad en cuanto a la representación
del homoerotismo en Buenos Aires (y sostendría que es más
bien una visibilidad de segunda mano: no de lesbianas y gays directamente,
sino de la representación de ellos en a producción
cultural que goza de una visibilidad pública mayor en el
cine, Ia televisión, las revistas y, en escala muy menor,
en el teatro). En gran medida, en este momento se sabe que los gays
y lesbianas están "allá" y se sabe que,
efectivamente hay ciertos espacios urbanos que frecuentan - Plaza
Italia, Avenida Santa Fe, por no hablar de los bares que viven comercialmente
su necesidad de tener lugares de concentración social - pera
no deja de ser una visibiiidad todavia muy precaria al lado de las
megalópolis internacionales con las que Buenos Aires pretende
campararse.
En el teatro, pocos san
los ejemplos deI que uno tiene conocimiento y todos se refieren
a los hombres gay; no tengo cuenta de ninguna obra explícitamente
lesbiana, salvo en la medida en que uno puede aplicar una lectura
lesbiana, lo cual me parece bastante legítimo, de un texto
como Extraño juguete de Susana Torres Molina o de
Casa matriz de Diana Raznovich. Sin embargo, ninguno de estas
dos textos tienen que ver com el espada directamente urbano, salvo
en la medida en que Casa matriz juega con el motivo de las casas
de prostitución que son características de la ciudad,
por lo menos las casas "especializadas". En lo que a los
hombres respecta, otra vez una lectura centrada en la preocupación
por la revisión de las identidades sexuales (lo que se llama
en inglês lo queer) podría aplicarse a muchísimos
textos que giran en torno a la conjugación homosociai. En
cuanto al valor de lo expresamente geográfico, pienso que
el tema entra por la cuestión de a represión. Si a
la mujer se la reprime negándole el espacio público
en un sentido irrestricto, confinándola al ‘campo’, al hombre
la cárcel le sirve como metáfora de su enajenación
de la plena participación en el espacio urbano, como se puede
ver en EI beso de Ia mujer araña (sea en la versión
del mismo Manuel Puig o en la versión musical de Terrence
McNally sobre la traducción al inglês de la novela
original) o en Proceso interior de Jorge Lozano Soriano.
En el caso de Los invertidos,
especialmente en la puesta en escena de hace pocos años
de Alberto Ure, el cruel absurdo de la homofobia en la que descansa
la obra aumenta la diferencia entre los espacios vitales que ocupan
la sediciente decencia y los que corresponden a la perversión.
Será que en los dos casos se trata de los mismos sectores
privilegiados de la ciudad, pues la garçonnière estará
en pleno corazón de los espacios de la decencia, pero tiene
proyecciones hacia otros sectores sociales y culturaies de la ciudad
que quedan excluidos de la casa de Flórez (excepción
hecha de ia servidumbre cuyas vivencias personales no cuentan a
sus efectos). En el caso de En boca cerrada de Juan Carlos
Badillo, el refugio del joven protagonista gay en la ensoñación
o en la fantasía es el mismo proceso de apartamiento de la
vida social de la ciudad, precisamente porque su deseo erótico
y los agentes que implica de ninguna manera podían en ese
momento (y en gran medida todavía siguen sin poder] contar
con espacios urbanos para su realización.
Queda por ver si la cuestión
de la visibilidad gay de Buenos Aires sigue ampliando sus bases
hasta el punto de contar con adecuadas inserciones en el teatro
y si el fenómeno urbano tan porteño que es el hotel
de paso, donde teóricamente es ahora posible concurrir con
una pareja del mismo sexo, termina proporcionando representaciones
teatrales. Se dirá que la falta de semejantes obras y, en
el caso de las obras de tema gay donde el entorno urbano no aparece,
querrá decir que lo urbano no viene al caso para su análisis.
Sin embargo, yo diría todo lo contrario: en la medida en
que lo urbano es el grado cero del teatro argentino, los fenómenos
urbanos que no llegan ai teatro o que llegan de una manera donde
el pleno despliegue en su instancia pública es en particular
un punto digno de dilucidar. Lo que no se dice es, las más
de las veces, mucho más interesante e importante que lo que
se dice explícitamente - o lo que se parece decir explícitamente,
Quisiera, ahora, profundizar un
poco más en cuestiones relativas a la dimensión gay
del teatro argentino, partiendo de que estos dos fenómenos
constituyen una sinergesis en particular potente, debido a la manera
en que, si el teatro es fundamentalmente un género de la
producción cultural que se desarrolla en el entorno urbano,
lo homoerótico, como una experiencia fundamental de la vida
humana, ha cobrado, en años recientes en la Argentina redemocratizada,
una particular visibiiidad de índole también urbana.
Hay dos consideraciones preliminares relevantes a la construcción
de una serie de propuestas para indagar en el tema del homoerotismo
en el teatro argentino: 1) una definición rectora de lo que
se entiende por homoerotismo y 2) la iegitimación de semejante
abordaje. Estas consideraciones se enfrecruzan en la medida en que
una proscripción referente al tratamiento del homoerotismo
- por pudor, por moraiidad, por respecto - atañe directamente
a cualquier tentativa de esbozar una definición del fenómeno.
Desde un princípio,
se postula que por "homoerotismo" se entiende cualquier
relación entre dos (o más) individuos del mismo sexo
(dando por descontado siempre que sigue vigente y coherente el sistema
binario de hombre y mujer, de masculino y femenino) en el que entre
cualquier parámetro del deseo formulado y expresado en términos
sexuales/genitales/erótico-emocionales. Lo homoerótico
puede ser lo mismo inconsciente que consciente y puede ser lo mismo
potencial que realizado. De más está decir que lo
que se está proponiendo aquí es una definición
relativamente amplia que trascienda o pueda trascender las prescripciones
formuladas desde la ética social, la moral religiosa, las
leyes jurídicas, la medicina, el psicoanálisis y de
la filosofía de cualquier índole. Al mismo tiempo,
seria necesario distinguir entre lo "homosexual", por
cuanto dicha formulación del deseo se nutre de dimensiones
homofóbicas de la medicina y las prácticas legales
y penales, y lo "homoerótico’ estrictamente entendido
como una apelable dimensión de las pulsiones del deseo que
circulan entre cuerpos materiales y sus configuraciones como sujetos
sociohistóricos. Evidentemente, la elección del término
"homoerótico" pretende purgar el fenómeno
de la histeria homofóbica que sustenta y defiende su antinomia
epistemológica, "homosexual".
La legitimación del
estudio de lo homoerótico nos remite a dos reparos. El primero
proviene de Ia lógica homofobia: si el deseo erótico
entre dos individuos es algo de lo cual hay que defenderse con garras
y uñias porque detenta contra la misma estructura del universo
social, por la misma lógica hay que proscribir cualquier
tentativa de caracterizarlo, pues con sóio nombrarlo, de
alguna manera se legitima. Tal apreciación no deja de ser
profundamente irónica, dado el hecho de que, desde la invención
del concepto médico-jurídico de la homosexualidad
a fines del sigla pasado, las esferas de la autoridad patriarcal
lo nombran a voz en cuello, precisamente porque lo consideran, en
sí y como metonimia de otros males, Ia suma y tilde de la
degeneración del individuo. La cuestión, indudablemente,
tiene que ver con nombrario de cualquier manera que no sea para
denunciario, de cualquier manera que no lo conciba como un "problema"
a ser identificado, atacado y liquidado. Descuella que mucha crítica
cultural ha colaborado con dicho imperativo y la primera bibliografía
sobre el "tema" de la "homosexuaiidad" en las
manifestaciones culturales recalca su dimensión problemática,
haciendo un eco colaborador de que los mismos productos culturales,
aún cuando vienen firmados por afiliados a tales deseos,
lo caracterizan como un "problema". En el caso de la literatura
hispana, el médico y crítico dominguero Gregorio Marañón
prologó varias obras que se ajustan a semejante caracterización.
El segundo reparo tiene
que ver con la acusación de que hablar de lo homoerótico,
amén de privilegiar de algún modo lo que sólo
merece ser denunciado, termina recalcando algo que nada fiene que
ver con la literatura o con la cultura. Sea porque es ‘algo privado"
o "algo extraño" aI arte, no debe tratarse dentro
de los confines de la crítica cultural. Si uno supiera cómo
marcar los límites entre lo pertinente y lo extraño
a la crítica y si uno supiera por qué semejante mareación
fuera importante, sería posible sostener un debate sobre
este reparo. De igual manera, desde por lo menos el romanticismo,
la cultura viene tratando lo profundamente "privado" e
"íntimo" del individuo y gracias por lo menos a
Freud, todo lo que a la sexualidad se refiere, y por ello, es inconcebible
que el deseo homoerótico se salve de semejante preocupación
por todo lo humano, de lo que nada es ajeno.
Hay una tercera consideración
que merece anotarse al menos, y es la afirmación en ciertos
sectores de que el deseo homoerótico - bueno, en este caso,
más bien, se va a decir la homosexualidad - es algo que pertenece
únicamente a ciertos pueblos (los conquistadores españoles
creían eso de los indígenas de América Latina),
a ciertas clases (José Gonzaiez Castillo, defensor del anarquismo
y de la clase trabajadora, parecía creer a pie juntillas
que la homosexualidad era una "enfermedad" paradigmáticamente
burguesa) y de ciertas razas (hay una ideología del movimiento
por la defensa de los derechos civiles de los negros en Estados
Unidos que le atribuye la "plaga" de la homosexualidad
al racismo blanco, y esta ideología tiene sus articulaciones
paralelas en el movimiento chicano, el movimiento indígena
e inclusive sectores del movimiento feminista, a pesar de que el
empedernido masculinismo sexista suele tildar a toda feminista de
lesbiana).
Lo formulado hasta este
punto nos permite comenzar a sugerir algunos caminos para el estudio
de textos pertinentes tomados del teatro argentino. Ya mencioné
a González Castillo y hay por lo menos dos análisis
del manejo de la homosexualidad en Los invertidos, uno de
Gustavo Geirola y el otro del que suscribe estas palabras. El montaje
de hace unos cinco años de Alberto Ure sirvió para
reflofar la obra de González Castillo, la cual, a pesar de
ser profundamente homofóbica y firmemente inscripta en las
coordenadas médico-jurídicas e ideológicas,
en cuanto a lo sociopolítico, de su tiempo, no deja de ser
profundamente rica en cuanto a las instancias del homoerotismo que
pormenoriza en la persona de varios personajes. Ure supo explotar
la posibilidad de matizar tales instancias, con el resultado de
que el texto se desdobla en cuanto al mensaje primario de tétrica
denuncia de un signo de Caín y del potencial de éste
para regodearse en un libertinaje erótico que no debería
ser ni nombrado.
Pero, Ure supo también
recalcar cómo, conforme con la ideología social del
texto de González Castillo, dejar al descubierto la vida
sexual del padre y denunciar "como se debía" su
participación en supuestos "pecados nefandos" conduce
necesaria e idefectiblemente a la disgregación de la unidad
familiar, con todo lo que implica, dentro de los esquemas patriarcales,
para la unidad social: de ahí que el problema no son los
deseos homoeróticos del padre, sino la dinámica que
pone en marcha su develamiento y la obligación de actuar
sobre ella. Será que González Castillo no pensara
en esto, precisamente cuando su interés estaba en la destrucción
de la burguesía, y será que tampoco fuera la preocupación
de Ure al reponer la obra. Dentro de una consideración contemporánea
sobre los límites de la verdad, sobre los baches en el Los
textos de Griselda Gambaro, especialmente los de los años
60 y 70, son marcados profundamente por lo que se puede llamar el
"homosocialismo". Por este término, se entiende
un universo social en el que se forjan relaciones privativas entre
los hombres en aras de consolidar el poder. El homosociaiismo compromete
a los hombres a colaborar entre ellos en aras de sostener cierto
constructo del poder, de formarse, reconocerse, corregirse recíprocamente
en dicha empresa, de marginar y, en los casos más agudos,
de castigar a cualquier elemento social que detente contra el libre
funcionamiento del poder masculino. Esto último implica la
identificación de los componentes que no solamente no participan
en el rigor de la ecuación homosocial, sino que toman las
medidas severas necesarias para que no perturben dicho Funcionamiento.
La mujer sirve como punto
de referencia para la ecuación homosocial - los hombres estrechan
relaciones a través dei cuerpo de la mujer (seducir a la
mujer confirma la masculinidad, compartir a la mujer confirma una
relación privilegiada entre hombres, trespasar a la mujer
de un hombre a otro, de padre a yerno, por ejemplo, confirma la
confianza entre hombres y consolida la lealtad). Además,
la mujer ejemplifica también lo Otro que problematiza la
relación entre hombres: la mujer como peligro, la mujer como
agente destructiva, la mujer como el exceso que la sobria relación
entre hombres no puede tolerar. No obstante, es insuficiente que
sea una cuestión de hombres versus mujeres, sino de sujetos
considerados como hombres versus sujetos considerados como mujeres.
De ahí la importancia de la mujer fálica en el teatro
de Gambaro, como la madre de EI desatino, o la importancia
del hombre feminizado, el hombre degradado porque ha desaprobado
el escrutinio que exige Ia ecuación homosocial.
AI ser feminizado, raya
no solamente en los defectos antimasculinos de la mujer, sino en
el mundo tenebroso de lo indeterminado sexual: todo lo que no sea
identíficable como masculino pasa a ser repudiado, y silos
castigos a la mujer que hace peligrar el constructo homosocial pueden
ser terribles, aún más pavorosos son los que se les
aplican a los hombres dudosos, los desmaculinizados, los
ofeminados, como en distintos registros el uno al otro en Los
siameses, la madre al hijo en EI desatino, Martín
en EI campo, Toni en Nada que ver con ofra historia
y, en otro grupo de textos, el padre a Rafael, el jorobado,
en La malasangre, donde los azotes que e proporcionan son un despiazamiento
(en un sentido freudiano) de la violación sexual a la que
se hace merecedor cualquiera tildado de no-hombre, como sabemos
muy bien desde que Echeverría nos lo mostró en El
matadero.
Otro dramaturgo cuyos textos
destilan variantes del homosocialismo, aunque con grandes diferencias,
son los de Oscar Viale. Gambaro enfiende muy bien toda la violencia
que proviene del terribiemente eficaz funcionamiento del aparato
homosocial, y su teatro se ha comprometido con poner de manifiesto,
de maneras tremendamente elocuentes en términos teatrales,
cómo existe en la marginalidad del poder simbólico
aquellos sectores de la sociedad que no pertenecen al cenáculo
del estamento masculino, aún cuando representa también
el caso patético de los que han quedado en los márgenes
del poder y luchan obstinadamente para pasar a disfrutar de sus
privilegios. En cambio, no queda siempre claro en qué medida
Viale está iamentándose del homosociaIismo y en qué
medida se ocupa de perfilar las perturbaciones que en éI
provocan los elementos pertenecientes al campo de lo Otro. Por ejemplo,
es importante reconocer cómo Convivencia masculina es
una de las representaciones más violentas del mundo del homosocialismo
masculino, donde lo Otro, figurado en el cuerpo de la mujer, pone
de relieve los impulsos asesinos entre dos hombres que no son nada
menos que figuras actualizadas de Caín y Abel, tan tremenda
en el fondo que es su lucha a muerte el uno contra el otro.
Con todo, el grado en que
la obra conduce a que el espectador se pregunte por qué estos
hombres tienen que ocuparse tanto el uno del otro, cuál es
la relación que importa sostener entre ellos, por qué
no se desbandan, com o sin que uno lo mate al outro, abre la caja
de Pandora del revés del tapuz del homossocialismo. Si bien
es cierto que el homossocialismo proscribe lo homoerótico
- porque, por lo menos, en términos de juego del poder sexual,
en la relación sexual no se puede mantener la igualdad de
los integrantes - la disfunción de la equación homosocial
abre paso a la desigualdad en el trato, la desigualdad desemboca
en un corte entre el que hace y el que se deja hacer, y la violación,
homosexual aun cuando no homoerótica, que feminiza al otro
viene a ser necesaria para confirmar la ruptura que se ha producido
en dicha ecuación. EI hecho de que ViaIe llega a reformular
Convivencia masculina en un texto paralelo Convivencia femenina
no solamente confirma, a través de la reiteración
desde otro ángulo, la violencia de la relación homosocial,
sino, al no tener nada que ver con una convivencia feminista, demuestra,
cuando el joven se destapa con la toalla, cámo es únicamente
del falo masculino de lo que se está hablando.
Finalmente, quiero cerrar con
algunas reterenciaas a un gran dramaturgo argentino cuyas obras
son fundamentalmente desconocidas en Ia Argentina, aunque durante
la última década algunas han sido puestas en escena.
Estoy hablando de Copi (Raúl Damonte). Copi escribió
la mayoría de sus textos narrativos y dramáticos en
francês y solamente, que yo sepa, dos han sido representados
en español en Buenos Aires; su texto más escandaloso,
Eva Perón, fue representado en español, a mi
entender, únicamente en Puerto Rico, en 1993. En todas las
obras de Copi, hay una continuidad entre una postura que podríamos
llamar lo estrictamente homoerótico (L’Homosexuel ou la difficulté
de s’exprimer, por ejemplo) y la revisión de los paradigmas
sexuales y genéricos que se procura captar en inglés
con la palabra queer ("raro", "desviado"), Sin
lugar a dudas, tal postura subyace a textos como Une Visite inopportune,
Loretta Strong o La Nuit de Madame Lucienne, por no decir Eva
Perón, en la cual el travestismo de los códigos
de actuación pretende recalcar la dimensión crucial
de la protagonista como mujer fálica. Las delirantes revisiones
de lo que se podría llamar el esquema simplista de masculino/femenino,
la desarticulación de los papeles referentes al comportamiento
sexual y las conexiones establecidas entre sexo y poder que constituyen
el núcleo de dramaturgos argentinos redentes como Ricardo
Bartís, Patricia Zangaro, o Los Macocos - el panorama descrito
por Jorge Dubafti como "off Corrientes" tiene, inconscientemente
o no, mucha deuda con las irreverencias de Copi (respecto al comienzo
de un reconocimiento argentino de Copi, ver el excelente Iibrito
de César Aira).
lndudablemente, sigue siendo
enormemente difícil abordar cuestiones referentes a la sexualidad
y más aún, referentes al homoerotismo. El criterio
del silencio sigue ejerciendo una mano muy pesada en nuestro quehacer
intelectual, y éste queda complicado cuando, a pesar de transgresiones
intelectuales permitidas en otros órdenes, se sigue insinuando
principios de "decencia" y "sanidad" que impiden
hablar de las cosas cómo son y de aceptar que las transgresiones
eróticas pertenecen a un solo proyecto de liberación
individual y social - o, por lo menos, a un solo proyecto de entender
cuáles son las fronteras todavia infranqueables de Ia liberación
del sujeto social. Rige ahora en Buenos Aires un criterio, a mi
modo de ver francamente saludable, de inapelable visibilidad en
cuanto a los estamentos del homoerotismo, y si Ia actividad teatral
se ha comprometido fundamentalmente con semejante proyecto, notablemente
en la puesta en escena de obras norteamericanas, la crítica
teatral no puede menos que ocuparse de tan significativamente dimensión
de la vida urbana contemporânea.
Referencia
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Buenos Aires: Beatriz Viterbo Editora, 1991.
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