Hay muchos performanceros chicano/latinos
que con éxito han dirigido su material para atraer una gran
audiencia comercial: de inmediato los nombres de John Leguizamo
y Paul Rodríguez vienen a la mente. Sin embargo, Luis Alfaro
continua enfocándose en los espacios específicos de
un arte de performance de vanguardia. Estos espacios incluyen, principalmente,
el Mark Taper Forum en Los Angeles y Highways en Santa Mónica,
donde se da por descontado que la audiencia de Alfaro y de otros
artistas se compone de individuos conscientes de las teorías
de performance y comprometidos con la manifestación transgresora
del cuerpo, y quienes probablemente se sientan a gusto con producciones
marcadas como queer. La intimidad de estos espacios (en contraposición
al formato del canal de televisión norteamericano HBO, de
la mayoría del trabajo de otro artista latino como John Leguizamo,
o del gran teatro Off-Broadway en Nueva York de la obra más
reciente de éste, Freak [esperpento] ), lo fácil
que resulta identificar a la audiencia tanto con los temas representados
a través del performance y la transgresión de los
códigos sociales de género que subyacen a las prácticas
del performance y la inmediatez del mundo exterior que se modela
en estos textos (Los Angeles como un microcosmos paradigmático
del la cultura chicana que alguien como Alfaro interpreta) han contribuido
al estatus privilegiado del que goza Alfaro entre los performanceros
chicanos (Ver Wolf).
Mientras que el cuerpo de John
Leguizamo concuerda con cierto estereotipo homoerótico específico
como el sexy latin lover que ejerce una atracción
erótica como fetiche de lo moreno (estereotipo que Leguizamo
parodia con frecuencia), el cuerpo de Alfaro es mesomorfo y regordete,
totalmente alejado de cualquier estereotipo del hombre macho gay.
Esto se acentúa cuando Alfaro se trasviste, ya que la imagen
entonces se convierte en la de una matrona hispana fornida, imagen
que tal vez resulte útil para acercarse al repudio que sienten
las feministas que apoyan la cultura de barrio por las versiones
anglosajonas del glamour comercializado, imagen que tiene poca vigencia
como objeto de deseo, ya sea homoerótico o no. De ahí
queAlfaro hace de la distancia que mide entre su cuerpo y los estereotipos
eróticos prevalentes un aspecto principal de su trabajo,
lo que consecuentemente ofrece múltiples posibilidades para
criticar dichos estereotipos y las presuposiciones de las que se
nutren.
"Cuerpo politizado" es
el título global de tres piezas de performance incluidas
en Uncontrollable Bodies; Testimonies of Identity and Culture:
"Vistiendo en Drag," "Abuelita," y "Orphan
of Aztlan [Huérfano de Aztlán]" (este texto se
puede encontrar en otras colecciones con variaciones en los monólogos).
Dicho título resulta apropiado, ya que todos los textos tratan
de alguna manera el cuerpo chicano, especialmente el cuerpo no masculino
y no macho, y todos los textos se centran en dimensiones políticas
del cuerpo. Entiéndase político en este contexto como
relativo a las relaciones de poder implícitas en las identidades
sociales, especialmente étnicas, y la lucha, tal como la
articula el artista en sus monólogos, por rescatar de los
clichés de los estereotipos una identidad chicana a la que
se pueda adscribir. Al desarrollar sus monólogos en estas
dimensiones políticas, Alfaro trabaja con dos conjuntos interrelacionados
de estereotipos del cuerpo chicano. Un conjunto de estereotipos
se relaciona con cómo los no chicanos pueden ver—si es que
, de hecho, alguna vez ven, o siquiera miran - el cuerpo chicano;
o si acaso ven el cuerpo chicano de cualquier otra manera que no
sea como fetiche sexual o como un cuerpo que ha de ser despreciado.
El otro conjunto de estereotipos se relaciona con cómo el
cuerpo se codifica dentro de la cultura chicana, el grado al que
se asimila a los paradigmas anglosajones de belleza y sexualidad,
y el grado al que puede llegar a desarrollarse una conciencia del
cuerpo chicano que asuma una postura crítica ante los modelos
que proporciona una cultura anglosajona dominante. En ambos casos
se intersecan - o, incluso mejor, subyacen - asuntos de la identificación
de género con asuntos generalizados del cuerpo.
Básicamente Alfaro trabaja
con una configuración queer del cuerpo, en el sentido que
rechaza atribuciones estables de género y que ve dichas atribuciones
como una imposición de la estabilidad de la autoidentificación
de género y del deseo erótico que resulta limitante
e incluso coartante. Por lo mismo Alfaro deconstruye cómo
la homofobia de la cultura chicana es tanto el resultado de la asimilación
de los códigos de género de la cultura anglosajona
como la consecuencia de las estructuras de género dentro
de esa misma cultura. Lo anterior se enfatiza en detalle en el magnífico
análisis de Allatson sobre la crítica a lo queer en
las piezas de performance de Alfaro. Tras estudiar las investigaciones
sobre la construcción de las identidades homoeróticas
en las sociedades chicanas/latinas, Allatson pone de relieve las
discontinuidades entre lo queer anglosajón y lo queer chicano/latino
y las maneras de que Alfaro demuestra lo difícil que resulta
asignar identidades gay y queer dentro de las rígidas instituciones
patriarcales heterosexuales, de barrio y católicas. Mientras
que Allatson se enfoca en el esfuerzo de Alfaro por demostrar lo
problemático que resulta una identidad queer chicana - i.e.,
la lucha contra la manera en que la sociedad chicana definiría
"lo chicano queer" como un oxímoron irrefutable
- mi interés en este trabajo se centra en cómo los
performances de Alfaro usan la materialidad del cuerpo como sitio
para volver queer las identidades chicanas y cómo el transformismo
es el instrumento principal del performance queer.
Lo más importante del
análisis que hace Alfaro, mediante el arte del performance
de estos temas, es que se niega a proponer una identidad chicana
gay ideal, un conjunto de material basado en el cuerpo y en factores
psicológicos que constituirían una oposición
cohesiva contra la homofobia y sus inscripciones chicanas. Concomitantemente,
Alfaro también rechaza una presencia chicana corporal ideal,
y sus interpretaciones son tan cómicas cuando se refieren
a los estereotipos chicanos como cuando se refieren a los estereotipos
anglosajones dominantes que se imponen como parte del imperativo
de conformar una homogeneidad en la sociedad de la clase media norteamericana.
Como parte fundamental de su
performance, Alfaro deconstruye su propio cuerpo como figura de
la cultura chicana, y lo deconstruye específicamente como
sitio de latransgresión de género. Una serie de fotografías
que acompañan al texto en el volumen de Sappington-Stallings,
serie de 1992 de Laura Aguilar "Clothed/Unclothed Series, No.
20," muestran a Alfaro deconstruyendo los signos masculinos
terciarios de su cuerpo, la ropa, y la imagen final es de un cuerpo
desnudo, en pose frontal y neutral. Se trata de un cuerpo básico
para Alfaro del cual parte para construir otra persona pública,
una diferente a la del hombre vestido de manera convencional en
la primera fotografía de la serie, la de Bradford Fowler
"Untitled," (1990) del transformista que abre los textos
de "Cuerpo politizado"; o bien, también se puede
entender la respuesta a la propuesta de un cuerpo específicamente
construido desde un principio: no hay una construcción corporal
chicana primaria, ni la hay para un hombre chicano gay o transformista
chicano. Es como si Alfaro estuviera reforzando la proposición
de Judith Butler, quien afirma que en el performance del género
de cada día, uno, en efecto, parte de cero.
Alfaro inicia "Vistiendo
en Drag" con lo que parecería ser una reprimenda punzante
de imágenes relacionadas a la feminidad latina: "Estas
latinas temibles e independientes / más que reinas parecen
travestidos" (nótese el juego semántico con el
término drag queen que en inglés significa
travesti o transformista; queen en sí quiere decir
"reina", en el sentido del argot gay). Esta afirmación
hace referencia a varias cosas, entre las cuales destaca el desprecio
de un "look" particular generalizado entre las mujeres
latinas. Es cierto que ese look se presenta como una oposición
desafiante de la imagen anglosajona generalizada que promulgan las
revistas de modas y los mostradores de cosméticos de las
grandes tiendas departamentales, cuyas mercancías apoyan
las imágenes que presentan dichas revistas (me refiero aquí
a los mostradores de cosméticos como sinecdóquico
de toda la industria de la moda). La imagen de la mujer latina a
la que hace referencia Alfaro es, de hecho, la base de una versión
del estereotipo étnico chicano, de tal manera que a las mujeres
mexicanas que se maquillan en exceso, al menos desde la perspectiva
de las convenciones que resuman las revistas de modas, se les adjudica
una identidad de mujeres de la vida galante o prostitutas: si acaso
hay una manera particular de maquillarse en exceso que sea parte
de la sobredeterminación (en el sentido de multiplicar significados
equivalentes) de signos de la prostitución urbana, se puede
dar el caso de que a la mujer mexicana, cuya manera de maquillarse
puede corresponder a convenciones culturales totalmente distintas,
se le atribuya la categoría social de las mujeres que se
dedican a la prostitución y que siguen ciertas convenciones
al (sobre) maquillarse.
Sin embargo, la frase operante
en la caracterización de Alfaro, "fierce independent"
(temibles e independientes), enfatiza cierta intimidación
en respuesta a la manera en que estas mujeres construyen o elaboran
los signos terciarios de su condición de mujer, especialmente
en vista de la compleja sobredeterminación en la que se basan
estos signos en la producción del efecto semiótico
general de "la" Mujer latina. Pero resulta significativo
que lo que Alfaro está enfatizando es la manera de que dicha
condición de mujer es el resultado de un proyecto de trabajo
cosmético, una afirmación categórica de la
identificación de género como construcción,
una metáfora para insinuar un esfuerzo considerable. El afirmar
que dicha apariencia es predominantemente la del transformista mina
la idea de que existe un look supuestamente natural de la feminidad
que el individuo (i.e., el hombre) transformista reduplica: el transformismo
como empresa llevada a cabo por alguien que de otra manera está
marcado como "masculino" es una construcción paralela
a la de la mujer. Esta puede ser la interpretación convencional
desde el punto de vista de la cultura anglosajona, y si hay cierto
grado al cual el transformismo exagera los signos de feminidad que
se presentan en la identidad de género construida del cuerpo
marcado como femenino (dejando de lado, por el momento, que los
signos en el vestir pueden ser a menudo la única manera,
o la manera predominante, de que cualquier cuerpo se interpreta
como masculino o femenino), esa sobredeterminación cataloga
los signos femeninos como los atributos asumidos por el cuerpo masculino.
Sin embargo, en el caso del
cuerpo de la mujer latina que es el que Alfaro interpreta aquí,
la sobredeterminación es ya un atributo de la construcción
complementaria del cuerpo femenino como femenino, mediante la indumentaria,
los productos de belleza y demás, lo que sólo reduce
el margen de sobredeterminación disponible para el hombre
latino que practica el transformismo/travestismo. Puede ser por
esta razón que el transformismo de Alfaro sea sorprendentemente
discreto, y de hecho, incluso contradictorio, en la fotografía
inicial de Fowler. Es decir, la fotografía de Fowler nos
presenta el transformismo de Alfaro marcadamente alejado de la imagen
convencional anglosajona del transformista y ciertamente nada parecido
a la mujer latina que describe su texto. El vestuario de Alfaro
en esta fotografía consiste, básicamente, de zapatos
de taco bajo (los zapatos de taco alto son casi un deber en el vestuario
de cualquier performancero transformista) y un simple vestido sin
tirantes, difícilmente la indumentaria asociada con la feminidad
extravagante sobredeterminada. No queda claro si usa medias, y el
vestido deja al descubierto la parte superior de su velludo torso:
esto se puede definir más como una violentación de
las categorías de género que como transformismo, y
se ve reforzado por la aparente carencia de maquillaje en su rostro
y el nulo esmero esmero en su peinado, lo que da como resultado
es que es obvio que el transformista es un hombre cuya vestimenta
es nada más que simbólicamente femenina. Además,
la postura de su cuerpo corresponde más a la esfera de lo
masculino. Mientras que hay que reconocer que el lenguaje corporal
es un continuo de signos, sin una clara división entre lo
masculino y lo femenino, uno está acostumbrado al despliegue
de un conjunto de signos kinésicos por parte del individuo
que sirven para marcar un cuerpo como uno u otro de los géneros
binarios. Si la posición de las piernas de Alfaro en la fotografía
de Fowler tiende hacia el polo femenino de este continuo, la musculosidad
y la tensión de sus manos que sirven para definir las líneas
masculinas (y gruesas en el caso de Alfaro) de los brazos tienden
incuestionablemente hacia el polo masculino de ese continuo: difícilmente
se asociaría esto con el despliegue femenino de los brazos.
Como consecuencia, la interacción
entre el texto y las imágenes que lo ilustran (uno pudiera
asumir legítimamente que al menos sugieren cómo Alfaro
representaría el monólogo) hace mucho por poner en
relieve, primero, la feminidad altamente sobredeterminada de la
mujer latina, mientras que en segundo plano le permite al performancero
evitar el transformismo convencional de masculino en femenino en
aras de una a representación más crítica de
la construcción de género mediante la vestimenta y
el lenguaje corporal que tienden hacia el carácter deconstructivo
más bien conocido en inglés como gender fucking o
sea la violentación de las categorías de género.
Esta violentación es una desestabilización radical
de la semiótica de la indumentaria y de los signos del lenguaje
corporal, de manera que, en lugar de colaborar con el siempre precario
esfuerzo de mantener el binario de género mediante estrictos
procesos de homologación que permiten la lectura fácil
de un cuerpo particular como femenino o masculino, sirve para frustrar
dichos intentos por mantener la estabilidad semiótica de
las estructuras binarias.
Dicho proyecto desestabilizador
puede ser útil en el contexto general de las experiencias
de género en la vida diaria, en oposición al imaginario
de una ideología patriarcal específica. Alfaro, sin
embargo, tiene en mente un proyecto cultural más específico,
que es la interpretación de la identidad de género
como chicano/latino, con referencia específicamente a la
autoconstrucción de las mujeres latinas. Me he ocupado en
particular de las dos líneas que aparecen en el segundo párrafo
de "Vistiendo en Drag", pero el párrafo continua
con dos versos más (el texto está organizado al estilo
de estrofas: "Sin la ayuda del bisturí o la cirugía.
/ Ni siquiera consideraría semejante idea". Lo que logra
este hemistiquio es el rechazo de la tecnología de la construcción
de género, no en el sentido en que el corpus de las técnicas
deben hacer cumplir la identidad de género, sino en la utilización
de cualquiera y cada una de las formas de ingeniería especializada
para lograr la figuración (re)constructiva del cuerpo, de
manera que incluso el cuerpo cuyas características primarias
y secundarias caen en un extremo del continuo de genero puede hacer
uso del bisturí y la cirugía para pasar a otra posición
dentro del continuo.
Si el cuerpo propiamente femenino,
según cualquier norma cultural, ocupa un espectro de por
sí reducido de ese continuo, la cuestión se convierte
cómo moverlo de otra posición dentro del continuo
a ese espectro reducido mediante el uso adecuado de cosméticos
(entiéndase de nuevo, cosméticos en un sentido sinecdóquico).
Una propuesta implícita en esta lógica es que los
cuerpos que no hacen uso correcto de los productos de belleza y
de la industria de la moda caen fuera de este espectro reducido,
y entre más se alejan de este espectro, más evocan—en
el caso del cuerpo "femenino", que ocupa tal vez un espacio
más reducido que el cuerpo masculino - el cuerpo de los hombres.
Es precisamente este hiperconstructivismo lo que evocan las fotografías
que acompañan el texto de Alfaro, como contraparte del hiperconstructivismo
de su concepción sobre cómo la mujer latina logra,
sin recurrir nunca a la cirugía "artificial", su
acceso, simplemente como cualquier transformista, al sitio privilegiado
de la legítima feminidad.
El monólogo titulado
"Abuelita" incluye afirmaciones relacionadas, más
allá de lo inapropiado de los paradigmas anglosajones de
la belleza femenina, a las mujeres latinas que, evidentemente, son
reduplicaciones poco realistas de las mujeres anglosajonas:
Completamente incluso menos
realista
que Cosmopolitan,
Vanidades tiene fotografías
de
latinas hermosamente esbeltas
y de cabello teñido
de rubio
haciendo tortillas
o chiles rellenos
en preciosos trajes
marca Ann Taylor
en hornos diseñados
por los mayas
junto a piscinas diseñadas
a la orden.
Volviendo a "Vistiendo
en Drag," el texto de Alfaro prosigue a enumerar un denso caleidoscopio
de propuestas relacionadas al transformismo en el contexto de los
principios básicos articulados dese el inicio del texto.
Resulta de interés particular la manera de que Alfaro extiende
la deconstrucción de oposiciones binarias de género
y subierte las perspectivas convencionales sobre el transformismo,
en el sentido que el transformista se transforma/trasviste para
asumir la identidad de la contraparte sexual, que alimenta, a su
vez, el dogma homofóbico de que los hombres gay realmente,
por así decirlo, quieren ser mujeres y que las lesbianas
quieren ser hombres. Mientras que lo anterior puede ser cierto para
determinados sujetos sexuales, no es suficiente para capturar el
complejo espectro de identidades sexuales, preferencias, prácticas
y las maneras de ver el mundo. Por lo tanto, hay un constante proceso
de vaivén entre la mujer como transformista y el hombre como
practicante del transformismo que es, se pudiera sostener, incoherentemente
eficaz. Es decir, es eficaz precisamente al grado en que vuelve
incoherente las oposiciones binarias de género que sustentan,
y como consecuencia son promulgadas por, la heteronormatividad patriarcal.
Al silenciar las maneras en que sus propios paradigmas pueden resultar
incoherentes - ya que no corresponden a la experiencia humana vivida
- la heteronormatividad tacha de incoherente aquellas articulaciones
que contradicen sus dictámenes de homologías entrelazadas
que sustentan el binomio dominante: lo que está incluido
es tan sobredeterminado como lo que queda excluido, y en gran medida
el performismo de Alfaro busca subrayar las redundancias de lo que
se promueve, así como marcar adecuadamente lo que queda silenciado.
Por supuesto, esto es en sí la labor de la cultura queer
en general, y lo que resulta de interés en el caso de los
textos de Alfaro es la manera en que logra realizar esta labor con
referencias específicas a los códigos sexuales de
la cultura chicano/latina. Estos códigos a la vez que refuerzan
los códigos sexuales anglosajones, funcionan como la excepción
a los mismos, que siempre están presentes para hacer que
los códigos sexuales de la cultura chicana/latina dependan
de ellos.
Por ejemplo, la incoherencia
en el paradigma de la sexualidad, suficientemente problemático
tras la aseveración de que las latinas "look more drag
than queen," se refuerza con la afirmación que le sigue
tras unas cuantas líneas, "El transformismo es algo
de hombres." En primer lugar, esta propuesta rima, mediante
un tropo, con la siguiente línea: "[Nosotros, los hombres
mexicanos gay preferimos ] a las mujeres que sufren toda la vida
[i.e., mujeres latinas] que a esa chichona de Jayne Mansfiled".
El nombre de la hiperfemenina, pero notablemente artificial, Jayne
Mansfield remeda en inglés con "man’s field" [arena
de los hombres]. No obstante, si es un hombre transformista quien
prefiere los prototipos exagerados de las señoritas mexicanas
- lo que sólo repite lo que se menciona al inicio del monólogo
- eso introduce una contrapropuesta que sugiere que, mientras que
todas las mujeres latinas practican el transformismo, el transformismo
es específicamente una arena para la construcción
de la identidad masculina, lo que parece ser un silogismo un tanto
débil que sugiere que las mujeres latinas son hombres transformistas,
o tal vez pudiera interpretarse como si el hombre transformista
en la cultura mexicana/chicana/latina (en sí un traslape
de diferentes identidades culturales) reprodujera a la mujer mexicana/chicana/latina
al grado cero del transformismo. El hecho de que Alfaro trabaja
con propuestas elípticas sólo refuerza los significados
seductores y escandalosos que se pueden inferir del los vaivenes
conceptuales a los que Alfaro se entrega.
Hay una secuencia de tres estrofas
en "Vistiendo en Drag" que le siguen a la cita mencionada
con anterioridad, en la que Alfaro continua discutiendo los modelos
de feminidad:
Dejé la Virgen de
Guadalupe
para las películas
gabachas de la semana
con Donna Mills.
Abandoné a Frida
Kahlo
cuando todas las chicas
de Wilshire Boulevard
empezaron a dejarse
crecer el bigote.
Me quedé con las
telenovelas
en las que los bajos
costos de producción
y la mala iluminación
muestran
cada rastro de ser mujer.
Cada una de las tres estrofas
trata sobre una figura específica, dos de las cuales han
sido ampliamente discutidas en la cultura latina como emblemas feministas.
Puede ser que la Virgen de Guadalupe no nos venga a la mente como
modelo desde el punto de vista del feminismo radical, y ciertamente
mucho menos desde la perspectiva queer. Pero incuestionablemente
es importante para una dimensión de la cultura femenina organizada
en torno a la Virgen María, y están quienes insisten
en que la cultura guadalupana debe ser considerada una forma de
feminismo, a pesar de sus divergencias de lo que comúnmente
se entiende constituyen los principios del movimiento feminista.
Dicha propuesta necesariamente socava o mina la agrupación
de mujeres unidas en torno al culto a la Virgen, como así
también la manera en que dicho culto representa una forma
de religión popular a menudo en contraposición con
la cultura eclesiástica oficial (i.e., un feminismo popular
contra un masculinismo institucional, donde este último suele
negarse a aceptar supuestas desviaciones y exageraciones del culto)
en la cultura mexicana y chicana. Aún así, incluso
desde la perspectiva del feminismo radical, la Virgen de Guadalupe
puede ser potencialmente reinterpretada como símbolo de una
resistente solidaridad cuyo homosocialismo puede expandirse para
incluir lo homoerótico, como se evidencia en la imagen del
tatuaje que adorna la espalda de la chonga que aparece en la portada
de la primera edición de la colección lésbica
latina, We Are the Girls Our Mothers Warned Us About (Nosotras
somos las chicas de quienes nuestras madres nos advirtieron).
En otro plano la Virgen de Guadalupe es evocada de manera ambigua
en los sketch de la performancera Astrid Hadad, cuya notoria falda
se burla de los lugares comunes de la veneración guadalupana.
Hadad reta directamente el paradigma de la mujer mexicana decorosa
que recurre a la autonegación al crear un personaje femenino
irreverente, atrevido y obstinado en tomar las riendas de su propia
vida al derrumbar todas las estructuras opresivas del masculinismo
patriarcal. La manera más obvia, y para algunos la manera
más ofensiva en que logra esto es al reinscribir, desde la
perspectiva de una resistencia feminista, el lenguaje de desafío,
especialmente el de vulgaridad sexual, que históricamente
le ha sido negado a la mujer mexicana y a sus hermanas mexico-americanas.
Pero Hadad también se da a la tarea de parodiar brutal e
ingeniosamente los signos de la cultura tradicional femenina que
le interesa deconstruir. Estas parodias incluyen principalmente
actuar literalmente las metáforas de abuso emocional sintetizado
en las letras de los sentimentales boleros, así como gestos
y posturas religiosas. Esta combinación de expropiación
y parodia perturba los significados convencionales de los íconos
de la cultura mexicana con los que trabaja Hadad, a la vez que les
permite adquirir nuevos significados feministas: si el insulto verbal
"chingar" puede tener un significado feminista agregado
(o contrario), la Virgen de Guadalupe también puede pasar
de ser emblemática de la opresión de las mujeres a
convertirse en un emblema con dimensiones de liberación.
Por lo tanto, en este sentido, el rechazo de Alfaro de la Virgen
de Guadalupe para el transformismo masculino no es necesariamente
una referencia exclusiva a la religión reaccionaria convencional.
Frida Kahlo virtualmente no
requiere de expropiación, ya que nunca ha sido parte de las
estructuras patriarcales que los feminismos hispanos o latinos quisieran
desafiar. De hecho, existe considerable material bibliográfico
de evocaciones creativas de Frida como ícono feminista, y
resulta inevitable el que la esperada iconicidad alrededor de su
figura se haya convertido en un estereotipo ahora abierto a la parodia
e incluso sea considerada como irrelevante, lo que es, por supuesto,
lo que Alfaro hace en esta estrofa: "Abandoné a Frida
Kahlo". A diferencia de la Virgen de Guadalupe, para cuyos
seguidores es sacrílego ver en ella posibles dimensiones
lesbianas o expropiarla para interpretaciones queer, Frida está
siempre accesible como icono lésbico y concomitantemente
como modelo para el hombre transformista. Lo anterior no sólo
porque Frida sea vista como ejemplo altamente original del desafío
femenino del establishment masculino, sino también como consecuencia
de la disponibilidad de la información sobre su sexualidad
polimorfa, especialmente a través del filme de Paul Leduc
de 1984 Frida, uno de los filmes mexicanos recientes más
aclamados internacionalmente, y la biografía de Martha Zamora
Frida, el pincel de la angustia, cuyas transgresiones con
respecto al interés erótico que Frida tenía
en otras mujeres ocasionaron que la edición original en español
se imprimiera de manera privada. Uno de los aspectos más
interesantes de Frida como ícono queer es sin duda su bigote,
al cual Alfaro hace referencia. A demás de violar un tabú
relacionado a las características secundarias del sexo femenino
(las mujeres con bigote notoriamente pronunciado abundan en las
barracas de las comunidades circenses, y las convenciones de la
estética femenina requieren que la mujer haga todo lo posible
por eliminar el vello facial), el bigote de Frida sugiere una transgresión
queer del binomio sexual por el grado al que el bigote, especialmente
en sectores de la sociedad latina machista, es una característica
secundaria privilegiada del sexo masculino. La obra de la mexicana
Sabina Berman "El y Ella," de la trilogía dramática
Los suplicios del placer (1985) trae un bigote deíctico
que es el falo hecho visible, y quién lo porta, él
o ella, indica el ascenso al poder mediante la categoría
de género, al poseer y delegar, recibir y perder el falo—seguramente
la dimensión queer del bigote de Frida inspira la obra de
Bergman.
Sin embargo, Alfaro rechaza
el modelo de la Virgen de Guadalupe y el de Frida, ambas figuras
convencionales, la primera milenaria y la segunda contemporánea.
Lo que resulta particularmente encantador respecto a la propuesta
de Alfaro como alternativa a estos modelos es el no proponer un
tercer modelo de entre el amplio repertorio que ofrece la cultura
mexicana: La Malinche, María Félix (quien difícilmente
es imitada por los transformistas ya que es en sí misma una
figura exagerada del transformismo y, tal vez también por
su conocida homofobia), Paquita la del Barrio (en quien primero
pensé al ver unas fotografías de Alfaro semitransformado,
ya que tienen el mismo tipo de cuerpo). En lugar de lo anterior,
Alfaro se enfoca en las actrices (presuntamente) de las telenovelas
mexicanas, donde la inferioridad de los recursos de producción
y la tecnología evidencian los aspectos que hacen de la feminidad
una construcción. Esta afirmación es tan escandalosa
como la que inicia el monólogo que sugiere que el grado cero
de la feminidad de la mujer latina es el transformismo. Si analizamos
la palabra mujeridad "woman/hood" en inglés, tal
como la presenta Alfaro, veremos que al separar el lexema base mujer,
del sufijo nominal abstracto -idad, enfatiza la naturaleza
constructivista del ser mujer: la mujer no es mujer por cuestión
de la naturaleza escencialsita, sino que se hace mujer en un sentido
abstracto mediante cualquiera de los procesos que se cubren con
el sentido del sufijo -idad.
Indudablemente, lo dicho se
conjuga con la propuesta de que la mujer es transformista, porque
se entiende que el transformismo es la labor constitutiva del género.
Pero lo que hace el dictamen de Alfaro divinamente malicioso en
este caso es la aseveración de que las limitaciones de la
tecnología en las telenovelas evidencian que el ser mujer,
al mostrar todos los "indicios", es producto de una construcción.
Si pensamos que las técnicas empleadas en las producciones
televisivas de calidad afirman la condición de ser mujer
para las actrices de telenovela, con todos los elementos, desde
el guión hasta el maquillaje, colaborando así con
una feminidad idealizada que presenta la televisión, las
dimensiones materiales de las mujeres comunes y del ser mujer que
subyacen a la creación de la Mujer se evidencian por las
imperfecciones de la tecnología limitada. Si, como he intentado
demostrar en el análisis de la yuxtaposición entre
sus textos y las fotografías de Fowler y Aguilar, el interés
de Alfaro no es tanto reduplicar cómo se configura la Mujer
mediante el transformismo de la típica mujer de la cultura
latina o la interpretación que se hace de ella mediante cuerpos
marcados convencionalmente como masculinos - y particularmente al
imitar las glamorosas imágenes de las revistas para mujeres,
ya sean anglosajonas o latinas - esta secuencia de estrofas, especialmente
la última, pone enfáticamente su atención en
las imperfecciones, las discontinuidades y en lo fragmentario de
un transformismo que siempre será caracterizado como la excepción
a las limitaciones del binarismo patriarcal. Las mujeres latinas
practican el transformismo a diario, como lo sugiere el comentario
implícito no tanto en la hiperfeminidad del glamour de las
revistas para mujeres y la televisión de alta resolución
(después de todo, se supone que la feminidad latina es una
"hiperfeminidad" incluso en un nivel más elevado),
sino en la mano invisible de la construcción que pretende
"naturalizar" estas últimas formas de feminidad:
la feminidad de la mujer latina mantiene la mano de la construcción
muy visible y concomitantemente, y Alfaro desea promover una imagen
del transformista masculino igualmente cargada con un comentario
teatral sobre los procesos de naturalización del mismo. Su
declaración: "I wanted to assimilate/so bad" [Quería
asimilarme/tanto] (218), además de dejar al aire a qué
tipo de asimilación se refiere, se basa en la ambigüedad
fomentada al alejarse del uso de la frase "so bad" en
el sentido neutral coloquial de "so very much" a la interpretación
literal de "bad" que haría eco del mismo adjetivo
para describir lo que las limitaciones de la tecnología usada
en la televisión muestra sobre la construcción de
lo femenino.
En las últimas estrofas
de "Vistiendo en Drag" Alfaro nos remite específicamente
a sus propios intentos de practicar el transformismo. Tras autodenominarse
"diosa del performance" (y uno se pregunta si esto quiere
decir diosa que practica el performance, o diosa por la intensidad
del performance), Alfaro enumera las maneras en que su transformismo
no intenta imitar la perfección naturalizante del
transformismo practicado por hombres que pueden lograr la imitación
perfecta de la feminidad idealizada de la cultura anglosajona. Las
imperfecciones de una feminidad transformista idealizada se pueden
manifestar de muchas maneras, pero el signo del abultamiento en
la entrepierna (perfectamente visible en la última fotografía
de la serie de Aguilar) debe ser, precisamente porque se trata de
la característica sexual primaria de los genitales, la más
transgresora:
Soy más robusto
que la mayoría
de los que transita
la rambla
Fugitivo
de la pasarela
Me atrevo a mostrar
el bulto en mi entrepierna
porque yo soy
aquel pensamiento.
Referencias